miércoles, 25 de marzo de 2009

De la inseguridad

Se trata, pues, de recordar (habermaseanamente, si se quiere) que el Estado de derecho requiere siempre de una justificación moral, o lo que es igual, que su legitimidad requiere una aceptación generalizada del ordenamiento jurídico. De acuerdo. Los iusnaturalistas, a lo mejor, partirían del hecho de que la ley es debatida, aprobada y promulgada por los órganos constitucionales competentes y de que existe una aspiración normativa a la justicia latiendo en todo ordenamiento jurídico. Pero, como se sugirió antes, el reconocimiento y aceptación de este accionar depende de que se pueda justificar como legítimo aquello que es legal. Y, además, se debe considerar la existencia de una serie de limitaciones estructurales en la aplicación de la justicia a través de la ley. Vamos más allá. El Estado de derecho moderno es un producto inacabado, digamos, una empresa llena de accidentes cuya manifestación, a menudo, puede ser irritante. Es propia de este Estado de derecho su propensión a legitimar un ordenamiento jurídico en circunstancias cambiantes (otra vez Habermas). De ahí se deduce que la voluntad de justicia de la sociedad civil organizada pueda ser una forma de corregir el proceso de aplicación del derecho o de innovar otras alternativas. Pero para que esta “corrección” posea validez (legitimidad) debe considerarse, apenas, como una ruptura simbólica, puesto que, de un modo o de otro, no debe contravenir el ordenamiento jurídico en cuestión. El tortuguismo de los transportistas, las marchas estudiantiles en las que prima una actitud de no violencia, son ejemplos de ello (aunque obste a los fachitas tropicales de nuestro país). Sucede, por otro lado, que muchas veces el ordenamiento jurídico experimenta una suerte de vaciamiento moral. Esto es, que no existe una legitimación procedimental que exprese dicho ordenamiento como algo positivo. Pero más allá de las maquinaciones subrepticias de los noticieros, debo confesar que, desde hace un tiempo, el asunto de la inseguridad ciudadana ha ocupado mi atención de manera, digamos, perturbadora. Ayer vi en canal 7 una nota que me invadió de angustia. Era algo normal, sin embargo. Uno de tantos. Nada más mataron a un hombre de setenta y pico de años para quitarle un revolver 38 y su hermano, otro viejito humilde, fue traslado a un hospital con padecimientos cardiacos debido a la impresión. Nada más. Luego los asomos de rabia y ese rencor ilegitimo del cual se valieron los comics para inventar superhéroes como batman que toman la “justicia” por sus manos. Nadie tiene duda de que la penalización es una venganza legalizada. Nadie tiene duda del deterioro de las condiciones sociales y el desempleo y la ausencia de políticas públicas integrales y que la agresión y que la prisión y los Derechos Humanos y la vaina entera. Nadie lo duda. Pero tampoco las lecturas de Foucault constituyen una vacuna contra el dolor y de nada vale conocer los detalles de la teoría del delito y la nueva psiquiatría. El mundo de la vida está más acá del bien y el mal y está mucho más acá de Foucault. Nunca creí decir esto, así sin más, pero se me hace que el problema es de orden práctico. Ya ha pasado muchísima agua bajo los puentes y algo más peligroso se articula en las esquinas y en los casas burguesas y en las barriadas miserables y en las pulperías y en los bares. Pero se trata también de un asunto de mercado laboral. Se llega a un momento en el que existe una estructura de crimen organizado que, más allá de moralidades o insipientes precauciones, ejerce una fuerza de atracción en el mercado laboral y, ahí sí, la cosa está en verdad jodida. Por otro lado, la rabia generalizada y el rencor y la impunidad pueden conducir a legitimar formas mucho más coercitivas para enfrentar esta atmósfera de inseguridad ciudadana. No sé si valga la pena preocuparse de esto o no. Total, en este país, como bien lo dijo Eduardo, nunca pasa nada. De momento sigamos resucitando el hecatombe memorable del 2001 y sigamos acariciando la breve gloria de derrotar a México (¡Bah!, como si de veras fuéramos rivales de tal estatura…).

1 comentario:

Pelele dijo...

Un día de estos justo hablamos wal chimi pame y yo de estos temas. Ninguna conclusión lúcida y mucho alcohol, sin embargo, de que las cosas se nos están yendo de las manos, se nos están yendo. Lo jodido con esto es que el resultado proporcionalmente inverso es que las manos se nos empiezan también a ir de las cosas.