miércoles, 24 de marzo de 2010

El que quiera divertirse

Del norte-norte al sur-sur, dos libros que me prestó un amigo que en general es muy generoso.

Aparta de mí este cáliz (Tusquets) de Luis Humberto Crosthwaite (Tijuana, 1962).


En este se narra una versión personal de Jesús, sí el personaje principal del Nuevo Testamento. Este mesías es un tipo que sale del “encierro” y vuelve al barrio con un amor obsesivo por una mujer, con una gran culpa y un miedo grande también. Vuelve al barrio después de una larga temporada ausente de este, sin embargo su fama se ha mantenido y lo espera un séquito de seguidores, “los muchachos”, quienes le prodigan una gran admiración y respeto y le ofrecen sus servicios como guarda espaldas. El humanísimo Jesús de Crosthwaite tiene un enemigo: “El Hermano”, con el que tratará de redimirse.

La novela, en primera persona, inicia con el personaje hablando de dos sueños recurrentes que le incomodan. Uno, el clásico de la caída libre, sin inicio y sin final. Dos, el personaje sueña que es Jesús y que tiene una misión. Lo interesante es que con el fluir narrativo, fragmentario, poco a poco la “realidad” se trasvasa a los sueños o al revés y nuestro personaje deja de soñar que es Jesús para convertirse en él y empezar a lidiar con las dos realidades la “real” y la del sueño a partir de una única persona, él mismo.

El “pero” que le tengo a la novela es que se acerca a mucho temas, circustancias y/o modos de vida actuales, con los cuales sin duda nos vamos a identificar (manejos publicitarios, corrupción, discriminación, violencia, violencia, violencia) de una manera muy superficial, sin desarrollar completamente ninguno. Esto ocurre así porque la novela no deja de ser una alegoría de lo que en el fondo es una historia de pandillas de barrio, y en tanto alegoría (representación más o menos artificial de generalidades y abstracciones perfectamente cognoscibles y expresables por otras vías) evidencia una distancia con lo que quería contarse, que no pudo ser salvada. Yo hubiera preferido que los romanos fuesen policías, que el arameo español y que el latín inglés, por decir algo.

En todo caso, quien la lea, estoy seguro que la va a disfrutar. Tiene un humor innegable, para muestra un botón; uno de los Muchachos le brinda un informe a Jesús sobre el asesinato de Lázaro:


La noche del crimen, lázaro fue visto en la cantina Mateo 26:27 hasta cerca de la medianoche. Como es habitual, bebió aguardiente y despotricó contra los romanos. Habló mal de usted (lo cual abrió campo a mayores especulaciones en cuanto al punto 2). Lázaro, al parecer, expresó descontento sobre la persona en que usted se había convertido desde su salida del encierro. “Ya no es el Chuy de antes”, se le oyó decir. “Se ha vuelto engreído”. P 64


Nunca enamores a un forastero (LOM ediciones) de Ramón Diaz Eterovic (Punta Arenas, 1956)


Esta es una novela negra cuyo personaje, Heredia, es protagonista en la saga de novelas policíacas de este autor dentro de las cuales “Nunca enamores a un forastero” es la tercera. En esta, Heredia viaja, con más pereza que ganas, desde Santiago a Punta Arenas ante el llamado de un antiguo amigo de la Universidad que ha estado recibiendo amenazas anónimas de muerte y que actualmente labora en una organización pro Derechos Humanos. No más llegando a Punta Arenas y los dos amigos sufren un ataque del que Heredia sale considerablemente herido y su amigo asesinado.

Esta es una novela de atmósferas, de sitios sórdidos donde buscarse el pan, y si es posible, un poco de justicia. Heredia, además de tener gramática parda, como todo detective privado que se precie de serlo, tiene sus vicios entre los que se cuenta el dinero fácil de los hipódromos, cualquier bebida alcohólica fuerte y la lectura ávida de buena literatura (en sus soliloquios son frecuentes las citas de grandes escritores como una especie de guía existencial). Heredia también tiene un gato, Simenon, con el que entabla extendidos diálogos imaginarios que le ayudan a sobrellevar la soledad. Las novelas de Eterovic están llenas de los fracasos de las grandes glorias del pasado, en este caso tenemos a Firpo Rondinoni, un pugilista argentino caído en la desgracia pero de un gran corazón, y quien en más de dos ocasiones le salva la vida a Heredia en sus averiguaciones por Punta Arenas.

En palabras del autor: "La novela policial que escribo está estrechamente ligada a los crímenes políticos que han asolado a Chile y a Latinoamérica. Un crimen que abandona el cuarto cerrado o las motivaciones individuales, y se relaciona al poder del Estado, a los negocios políticos y los intereses económicos, a la falta de credibilidad en la justicia, a la búsqueda de verdad”.
Heredia es un tipo con memoria, por lo tanto escéptico. Un tipo duro y con una ética “pasada de moda”.



El lugar no era lujoso ni destacaba por su limpieza. Me acodé en una larga barra y pedí de beber. A mi lado, un hombrecillo bajo y de cara risueña apuró una caña de vino. El mozo le repitió la dosis y el hombrecillo me miró con ojos de duende travieso.



-Buenas-dijo, amistoso.
-Buenas-contesté sin ganas de entablar una charla de cantina.
-¿Nortino?
-Santiaguino.
-Bonito día para pasear.
-Sí, muy bonito.
-¿Le gusta la poesía?
-Cuándo tiene vida.
-Vea esta-dijo pasándome la fotocopia de un poema.
-Homero Portugal-leí en voz alta-. ¿Este es su seudónimo?
-Es mi nombre verdadero y legal.
-No embrome.
-¿Le gusta o no? –preguntó con un tono de voz más agresivo.
-Parece un poema de Nicanor Parra.
-¿Parra? ¿Quién es Parra?
-¿Cuánto?
-La caña.
-La caña y el silencio- dije al tiempo que bebía de prisa mi primera copa.
El poeta llamó al mozo y le indicó su caña a medio camino.
-¿Usted la paga?- preguntó el mozo.
-Esa y otra más para mí.
El poeta sonrió satisfecho; y después, solo después, cuando la vida tuvo cierto sentido, me despedí de él y encaminé mis pasos con la intención de averiguar algo sobre el asesinato de Doris Mollet. P.45