martes, 29 de junio de 2010

Matrimonio entre gente rara*




Estoy completamente a favor de permitir el matrimonio entre católicos. Me parece una injusticia y un error tratar de impedírselo.

El catolicismo no es una enfermedad. Los católicos, pese a que a muchos no les gusten o les parezcan extraños, son personas normales y deben poseer los mismos derechos que los demás, como si fueran, por ejemplo, informáticos u homosexuales.

Soy consciente de que muchos comportamientos y rasgos de carácter de las personas católicas, como su actitud casi enfermiza hacia el sexo, pueden parecernos extraños a los demás. Sé que incluso, a veces, podrían esgrimirse argumentos de salubridad pública, como su peligroso y deliberado rechazo a los preservativos. Sé también que muchas de sus costumbres, como la exhibición pública de imágenes de torturados, pueden incomodar a algunos. Pero esto, además de ser más una imagen mediática que una realidad, no es razón para impedirles el ejercicio del matrimonio.

Algunos podrían argumentar que un matrimonio entre católicos no es un matrimonio real, porque para ellos es un ritual y un precepto religioso ante su dios, en lugar de una unión entre dos personas. También, dado que los hijos fuera del matrimonio están gravemente condenados por la Iglesia, algunos podrían considerar que permitir que los católicos se casen incrementará el número de matrimonios por “el qué dirán” o por la simple búsqueda de sexo (prohibido por su religión fuera del matrimonio), incrementando con ello la violencia en el hogar y las familias desestructuradas. Pero hay que recordar que esto no es algo que ocurra sólo en las familias católicas y que, dado que no podemos meternos en la cabeza de los demás, no debemos juzgar sus motivaciones.

Por otro lado, el decir que eso no es matrimonio y que debería ser llamado de otra forma no es más que una manera un tanto ruin de desviar el debate a cuestiones semánticas que no vienen al caso: aunque sea entre católicos, un matrimonio es un matrimonio, y una familia es una familia.

Y con esta alusión a la familia paso a otro tema candente sobre el que mi opinión, espero, no resulte demasiado radical: también estoy a favor de permitir que los católicos adopten hijos.

Algunos se escandalizarán ante una afirmación de este tipo. Es probable que alguno responda con exclamaciones del tipo “¿Católicos adoptando hijos? ¡Esos niños podrían hacerse católicos!”.

Veo ese tipo de críticas y respondo: si bien es cierto que los hijos de católicos tienen mucha mayor probabilidad de convertirse a su vez en católicos (al contrario que, por ejemplo, ocurre en la informática o la homosexualidad), ya he argumentado antes que los católicos son personas como los demás.

Pese a las opiniones de algunos y a los indicios, no hay pruebas evidentes de que unos padres católicos estén peor preparados para educar a un hijo, ni de que el ambiente religiosamente sesgado de un hogar católico sea una influencia negativa para el niño. Además, los tribunales de adopción juzgan cada caso individualmente, y es precisamente su labor determinar la idoneidad de los padres.

En definitiva, y pese a las opiniones de algunos sectores, creo que debería permitírseles también a los católicos tanto el matrimonio como la adopción.

Exactamente igual que a los informáticos y a los homosexuales.

Este apoyo al matrimonio entre católicos circula por Internet y gana adhesiones que se cuentan de a cientos.


Una cortesía para los que siguen sin creer...

lunes, 21 de junio de 2010

¿Cómo hubiera sido esa noche de miércoles 14 de octubre si Mario McGregor hubiera mentido?


Escuchar un partido de fútbol por la radio es sin duda un acto de fe, independientemente de que, a día de hoy, este ejercicio sea muy semejante a escuchar una lectura de páginas amarillas con fútbol de fondo. El fútbol, como dijo Pier Paolo Pasolini, es un sistema de signos y por lo tanto es un lenguaje La realidad del partido es una construcción simbólica que se nos revela y se nos oculta según los caprichos del narrador radial (en este caso). Lo real, es decir, el partido de fútbol, no posee una existencia positiva y no pasa de ser un algo obstruido. La realidad es la trama construida que seduce a los radioescuchas y que los impele a comerse las uñas, pegar brincos y mentarle la madre a los guardalíneas y los árbitros, tanto como a los adversarios. De tal suerte, al menos para los aficionados más puristas que prefieren la radio a la tele, durante 90 minutos nadie tiene tanto poder en el universo como Mario Mcgregor.

Juan Sasturain decía que el narrador radial opera en la frontera entre la crónica deportiva y el relato de ficción. Siguiendo este razonamiento, resultaría lícito afirmar que Mario Mcgregor se encuentra en el límite entre Pilo Obando y, digamos, José León Sánchez. Pero más allá de las consideraciones formales cabe preguntarse qué es, en rigor, lo que separa a Mario Mcgregor de José León Sánchez y de Pilo Obando. En cuanto la relación entre Mcgregor y ese simpático exalcohólico, evangelista y aficionado al Club Sport Cartaginés (Pilo Obando) bastaría con decir que la única diferencia radica en la posibilidad que tiene el espectador de Repretel de cotejar la realidad del relato con la realidad visual del partido, la cual, en nuestro momento histórico, adquiere una jerarquía capital. En el caso de José León Sánchez la diferencia estriba sencillamente en que Mcgregor suele ser más escrupuloso que los narradores de ficción. Si por alguna extraña causa Mario Mcgregor algún día decide narrar un partido no real (esto es, mentir) nada, de orden formal, lo diferenciaría de José León Sánchez u otro narrador nacional.

Resulta sorprendente, por otro lado, que Mario Mcgregor no sucumba ante la tentación de alejarse del prosaico y empirista Pilo Obando para convertirse en una suerte de Anacristina Rossi robustecida y virilizada. ¿Es posible que Mcgregor nunca se haya visto empujado a cambiar la narración de un partido en pos de un objetivo distinto al de sus reconcomios de cronista fidedigno? Se me viene a la mente ese hostil y certero cabezazo de Jonathan Bornstein en el 5 minuto de descuento que envió a CRC al repechaje; o ese otro juego de octavos de final de Italia 90 en el que Costa Rica pierde contra la desaparecida Checoslovaquia 4 por 1. Más allá del riesgo que supondría (riesgo que, por otra parte, no excedería las implicaciones que tiene la publicación de uno de esos artículos de Iván Molina cuya vocación desmitificadora resulta harto sospechosa) tan temerarias empresas, es preciso reconocer que el caudal narrativo de Mcgregor se ha derrochado en precoces inventarios factuales y en sórdidas reseñas de partidos, sin mayor pena ni gloria. En definitiva, las facultades narrativas y el poderío de La Doble M se han visto empañados por una eticidad gratuita y por aprehensiones, a la sazón, innecesarias.

¿Cómo hubiera sido esa noche de miércoles 14 de octubre si McGregor nos hubiera hecho escuchar un partido de CRC contra EEUU en el que Bornstein nunca anotaba ese fatídico gol? A decir verdad todo parecía confabularse para urdir una mentira. Al menos en Curridabat se había suspendido el fluido eléctrico, de modo que, para utilizar una terminología marxista, en el sector este de la capital las condiciones objetivas estaban dadas. Las sospechas y resquemores que suscitarían los cables de las agencias de prensa internacionales que al día siguiente desmintieran el triunfo de la selección nacional, habrían sido calificadas de calumnias y muestras de persecución contra la vocación pacifista de nuestro país. La Nación, en aras de fortalecer la gobernabilidad de unos pocos sobre la mayoría, no habría reparado en publicar un titular falso. Naturalmente, toda esta fabulación ignora el hecho de que el presidente CRC en ese entonces constituía un “servil hace mandados” del gobierno de Estados Unidos y las elitillas criollas centroamericanas (la primera fase del "Oscariato"). Sin embargo, por unos días, al menos, CRC hubiera estado en la Copa del Mundo Sudáfrica 2010. No dudo que doña Laura Chinchilla, en tanto finalizaba el periodo electoral, se hubiera sentido profundamente agradecida por un gesto de esa naturaleza. Si McGregor no hubiera tenido esa escrupulosidad tan férrea, los y las ticas hubieran sido aún más felices (si ya somos los más felices del planeta, hubieramos sido los más felices de la Vía Láctea) y no nos molestaría que el presidente anterior haya ultrajado el erario público y que haya inaugurado carreteras y edificios inconclusos. Guardamos la esperanza de que, quizás para Brasil 2014, Don Rodrigo Arias decida clasificarnos al mundial vía decreto ejecutivo.

lunes, 14 de junio de 2010

Johanna se lava los dientes pensando en el país que le dejará a sus hijos


Donde yo vi que estaban botando todos los árboles fui a decirles que si los botaban tenían que sembrarme por los menos cuatro por cada uno. Y entonces ellos se burlaron de mí y me dijeron: ¿y adónde tiene la finca para ir a sembrárselos? Después me fui donde el muchacho del MINAE pero él me dijo que no podían hacer nada porque eso era de un señor que ya tenía los permisos.” Johanna se dedica a vender collares en el Parque Nacional Manuel Antonio y es una defensora del ambiente digamos que autoconvocada. Según nos cuenta, el megaproyecto inmobiliario que actualmente se está construyendo junto a una de las entradas del parque (dentro del área de amortiguamiento) pertenece a un empresario chino que obtuvo los permisos de construcción mediante “quién sabe qué chanchullo”.
Pocos minutos después de que Johanna nos diera un pequeño tour guiado por lo que ella misma considera un desastre ecológico, nos dirigimos a la casetilla del parque a fin de consultar a los guardaparques acerca de este asunto. Los funcionarios de la ecléctica cartera de ambiente costarricense (que aglutina ambiente, energía y telecomunicaciones en un mismo ministerio) efectivamente aseguraron que ese era un proyecto muy viejo y que contaba con permisos desde hace mucho tiempo. No ofrecieron mayores detalles pero según pudimos averiguar más tarde, este proyecto hotelero supone la construcción de más de 70 habitaciones, una discoteca y presumiblemente un casino para la buena (o la mala) fortuna de los visitantes.
Ante nuestra insistencia los funcionarios del parque nacional nos recomendaron consultar al MINAET de Aguirre pues, según dijeron, ellos únicamente se encargan del mantenimiento del parque nacional y este proyecto, agregaron, se desarrolla fuera del área de protección. Vía telefónica tratamos de consultar al señor Gerardo Chavarría de la Subregional de Aguirre del MINAET pero nos informaron que se encuentra de vacaciones.
No es posible ignorar que en Costa Rica, sobre todo la clase media, ha venido construyendo una serie de representaciones simbólicas que le permiten identificarse con el discurso de protección del medio ambiente de modo muy efectivo. Si bien es cierto no podríamos decir que esta “identidad verde” se traduce operacionalmente en una ciudadanía vigilante, no es menos cierto que los y las ticas, en un alto grado consensual, manifiestan un profundo rechazo por todas aquellas actividades que provocan impactos perjudiciales sobre el medio ambiente. Pero en el país más “ecológico” y más feliz del mundo las áreas protegidas se encuentran cada vez más amenazadas.
Tal y como señalan distintas organizaciones ecologistas en poco tiempo sería posible desarrollar actividades económicas dentro del área protección absoluta de los parques nacionales, todo ello, en los marcos de un presunto aprovechamiento sostenible de la oferta ambiental. Actividades tan variadas como plantas hidroeléctricas y geotérmicas, proyectos turísticos y hasta minería metálica verde caben dentro de tan ambigua y estéril categoría. No hay que perder de vista que la necesidad de reinvertir excedentes financieros de manera rentable propicia la capitalización de la oferta ambiental y la expansión de las actividades productivas.
Pero en realidad muchas de las gestiones y los clamores (como el de Johanna) a favor del medio ambiente se circunscriben a un ámbito de la realidad nacional que poco afecta al grueso de la población costarricense. Podríamos decir que la protección al medio ambiente para los costarricenses es un referente identitario en el proceso de construcción de la nacionalidad contemporánea. No obstante, la dinámica de construcción representaciones sociales de la naturaleza que ha acompañado a este proceso se ha visto sesgada por una serie de asociaciones abstractas que responden a visiones fragmentarias de la realidad socioambiental. A menudo los y las ticas sucumben ante la tentación de verse protagonizando un jubiloso episodio de Naked Wild On aderezado con canopys, bartenders bilingües y gracisosos simios.
En los últimos años, diversas instituciones públicas y centros académicos costarricenses han promovido y acompañado una serie de políticas e iniciativas de estímulo al turismo ecológico y la agricultura ambientalmente sostenible, lo cual, a la postre, ha permitido que la identificación con el discurso de protección de la naturaleza sea materialmente factible. Por otro lado, un porcentaje significativo de la cooperación captada por fundaciones y ONG´s ha estado dirigido a proyectos con objetivos análogos (los procedimientos para determinar cuánto dinero ha sido destinado a tales propósitos son harto complejos pues, en su mayoría, se trata de iniciativas privadas que fácilmente escapan a los controles estatales). No obstante, la gran mayoría de estas iniciativas (exceptuando, por supuesto, gestiones como Kioscos Ambientales o la Red de Mujeres Campesinas, entre otras) están condicionadas por las agendas de cooperación que se definen en los países cooperantes o, en su defecto, no pasan de ser meros compendios de buenas intenciones.
Efectivas divagaciones ahistóricas como la leyenda de la suiza centroamericana y el mito de la excepcionalidad costarricense se prolongaron en la mercadotecnia de la Costa Rica verde del siglo XXI. Las elitillas contemporáneas, integradas por una rara variedad de burgueses criollos, acogidos o estropeados por los mercados bursátiles, imparten cátedras moralizantes, a favor de la industria del reciclaje y la consciencia ecológica. De tal suerte que la discusión queda reducida a un asunto de escándalos éticos y culpabilidades anodinas, sin que se cuestionen las estructuras productivas y las políticas que han propiciado la degradación ambiental y el deterioro de la calidad de vida de las y los costarricenses.
Las mismas elitillas logran el consentimiento de "los dominados" sin acudir demasiado al temor y a la intimidación y para ello construyen, además, un código linguístico que puede ser compartido por todos todas, y a través del cual se expresan y se "resuelven" los conflictos. Así pues, la categoría de medio ambiente, lejos de construirse a partir de una crítica de los espacios consensual-conflictivos que la sustentan, queda sumida en un sopor ético-moralizante. Y Johanna sigue vendiendo collares y sigue diciéndole a los turistas que ella todas las noches, antes de lavarse los dientes, piensa en el país que le va a dejar a sus hijos.

Imagen de Allan McDonald




jueves, 10 de junio de 2010

El Síndrome de la Representación-Democracia



En investigaciones recientes realizadas en diferentes grupos humanos, divididos por su nacionalidad, científicos del comportamiento y psicólogos se han dado a la tarea de conocer a profundidad un padecimiento que evoluciona rápidamente y que han nombrado como el “Síndrome de la Representación-Democracia” o “Democracitis”.

Según los estudiosos de la Universidad de Candrink, este padecimiento es adquirido por la sobreexposición al imaginario de la democracia y supone la aparición de una serie de síntomas que hacen a los pacientes susceptibles a alucinaciones relacionadas con sentimientos de felicidad, conformidad y comodidad dentro de un “sistema democrático” falaz y contradictorio.

Los estudios han demostrado que el padecimiento se desarrolla apoyado en varias falacias, pero especialmente reforzado durante la socialización primaria, con el adoctrinamiento familiar y social del individuo, por medio de sistemas rígidos de educación que someten a la concepción de una democracia fundada en una familia primigenia-perfecta-inalterable, que es resguardada por el estado y la iglesia católica apostólica.

Según explican los expertos “se trata de una construcción tan radicalmente instalada a nivel cognitivo-conductual de lo que ideal y teóricamente es la democracia, que al contrastarse con la realidad termina por suplantarla, lo que da cabida al delirio”.

“El paciente realmente cree que vive en una democracia ideal y envidiable”, continúan los expertos, “que debe defender a toda costa una serie de valores y concepciones aprendidas, pero interiorizadas como naturales". Reiteran que “como este imaginario ha sido plantado tan eficazmente es inamovible y como su contradicción con la realidad es inexplicable, se torna el ideal en realidad, lo que abre la puerta a las alucinaciones”.

Algunos de los síntomas que se observan en los sujetos expuestos a la patología son la invisibilización de las minorías, la negación de los derechos humanos y el reduccionismo generalizado a todos los niveles de comprensión, comportamiento y conocimiento.

Una de las manifestaciones más fuertes del cuadro es la necesidad compulsiva de votar por todo. Parece ser que este es uno de los síntomas más arraigadamente instaurados como parte del complejo, en el que se entiende que votar es ser parte de la democracia. El voto entonces, como manifestación máxima del sistema, es aplicable a todos los ámbitos de toma de decisiones de la nación y se estabiliza como el método adecuado para resolver cualquier tipo de disputa sea sexual, social, racial, ambiental, de derechos humanos, etc.

Entre los factores de riesgo que se enumeran como precursores del síndrome están ser heterosexual, homofóbico, consumir periódicos o noticias (sin ninguna especie de filtro crítico) y ser religioso. Algunos de los factores protectores encontrados en los sujetos que no fueron afectados por el cuadro se contaron la educación (aunque se sabe que también se presentan contagios en sujetos “educados”), la formación crítica-analítica, el reconocimiento de valores más allá de los credos religiosos (respeto, amor, solidaridad) y el sentido común.

Se sabe de casos excepcionales en que se combinan factores de riesgo como protectores en individuos que padecen y que no padecen el síndrome, sin embargo, las ocasiones en que esto sucede no son numerosas y debido al reciente descubrimiento de la enfermedad, se plantean nuevos estudios para conocer a profundidad los alcances y la evolución del cuadro.

domingo, 6 de junio de 2010

Yo no soy gay, mi novia sí


La convocatoria a un referéndum para decidir si son o no convenientes las uniones entre personas del mismo sexo, es un completo sin sentido. Lo que deja en claro es, en todo caso, el profundo temor que algunos sectores de la sociedad siguen abrigando dentro de sus corazas. Temor a lo no dicho y a lo no tocado; temor al encuentro con lo que diverge; temor a perder las falsas seguridades sobre las que algunos basan sus pobres castillitos de arena, y otros sus monumentales catedrales de poder de rancia alcurnia y dioses denigrados.

Dentro de lo que ha dado en llamarse un Estado de Derecho, este es un tema sobre el que no debería colgar ninguna duda una vez que estamos iniciando este re-profetizadísimo siglo XXI. El Estado tiene, dentro de sus responsabilidades últimas, justamente el ser resguardo y garantía de los derechos de las personas; es decir, el Estado no debería tener que consultar estas cosas, así como una sociedad cuya auto-imagen es la de una sociedad solidaria y hermanable, debería estar más cercana a las actitudes y convicciones que promueven el libre y gozoso desarrollo de sus pares. El Estado no otorga derechos, sino que debe reconocerlos formalmente ahí donde estos están subestimados.

La escandalosa mayoría tampoco tiene decisión ni competencia sobre los derechos humanos e individuales. Los prejuicios de muchos no deben ser consuelo de nadie. Legislar a favor de los derechos y responsabilidades que la comunidad homosexual del país exige se les reconozcan, y acoger y dar trámite al proyecto de ley de sociedades de convivencia u otro que se le parezca, sería lo propio por parte del Congreso; así como estas demandas debería realizarlas la sociedad en su conjunto.

Ninguno de los argumentos en contra se sostiene si la vara para medir que utilizamos es lo que de humano haya en la raza humana; algunos son de una ingenuidad injustificable, otros de una perversidad imperdonable; todos, se apoltronan en la evasión de la realidad social del país y del mundo mundial.

Eduardo Valverde F.

Junio 2010