miércoles, 18 de marzo de 2009

Prólogo a un libro perdido (a prósito de Endre Ady)


Con cierto nivel de duda pienso que Stanislaw Lem diría que un prólogo es un anuncio que contiene todas las posibilidades. Como el "Fiat Lux" del Génesis. Pensemos, pues, en un prólogo de un algo perdido, lo cual, de un modo o de otro, es un algo imposible. A lo mejor la mediocridad es mucho más que un simple ejercicio de autocontemplación. Quizás pueda tratarse de algo más profundo que la mera conmiseración de sí. Pero una cosa si es cierta: es duro hacer gala de tan degradado oficio. Sobre todo cuando, además, se tiene la ominosa costumbre de escribir malos poemas y malos cuentos (y en el fondo siempre se acaricie la posibilidad de escribir, finalmente, esa mala gran novela). Se me antoja pensar que desde, más o menos, la encrucijada de los 20´s y los 30´s del siglo pasado existe una propensión a equivaler entre sí categorías literarias (por demás, imprecisas) tales como marginalidad, incomprensión... Y tal vez se deba al redescubirmiento de Rimbaud que hicieran los surrealistas (una suerte de mediocridad institucionalizada y teorizada). O quizás al escandaloso "éxito" que aún deambulaba en torno a la mítica figura de la bohemia del siglo XIX. Aunque con certeza podría decir que se relaciona, muy íntimamente, con ciertos resabios del romanticismo. Y pueda ser que, de veras, existía un romanticismo tardío que se manifestaba, digamos, en la sinestésica de Debussy o en el cine de Griffith. Lo cierto es que ese, llamémosle espíritu o humor epocal, persiste en rondar ruinosos parajes. Qué sé yo. Aunque en principio no tenga mucho que ver, reconozco que debo a la escasa regulación de la biblioteca Carlos Monge (allá por el año 2001) el favor de conocer a Endre Addy. Según supe luego, este poeta húngaro murió de sifilis, de nicotina, de vodka y de melancolía. Era lo que comúnmente se conocería como un maldito. Un maldito húngaro que murió también de su amada "Leda". Como ladrón que roba a ladrón tiene no sé cuántos años de perdón quisiera agregar que la antología de poemas que obtuve (robo mediante) fue infamemente canjeada por un volumen de la obra poética de Max Jiménez. A pesar de que se trataba de un canje temporal (si acaso un semana) lo considero un robo, por cuanto nunca volvió a mis manos. Si es posible decir algo de Max Jiménez es que, cuando quería ser poeta deliberadamente, era en verdad un mal poeta (cuando no lo hacía, era un genio). La antología de Endre Addy, escuetamente titulada por algún editor cubano como "Poemas", desapareció de mi poder y quedó en manos de un ridículo energúmeno que reglamentariamente vende collares en el FIA. A Max Jiménez lo releo constantemente. Excepto sus poemas, claro está. Pero de Endre Addy no recuerdo, ni siquiera, una estrofa íntegra. Y como en esos asuntos mi orgullo me impide googlear quisiera evocar su figura en segunda voz, baji-sonante, como dicen. Si no me equivoco (lo cual es mucho suponer) tenía una línea que, más o menos, decía: " ,ni de amigo, ni pariente, ni de amante, no soy de nadie" y otra que decía "yo solo quiero que me quieran". Algo así, por ahí andaba la vaina. Mi amigo Luis Diego (Cache), fiel seguidor del Club Sport Cartaginés, me sugirió, luego de sustraer el libro de Addy y luego de ojearlo (aún recuerdo el asterisco a lápiz que sobresalía en los poemas que más le habían gustado) leer ese poema. Para un par de muchachos veinteañeros, que recién inauguraban ese oficio mustio de rearmarse el corazón adolescente, fue algo maravilloso. El volumen completo lo leí en el café Ti Ama de Cartago. Recuerdo vagamente otro poema suyo que me persigue casi de manera silenciosa hasta la actualidad: Nos precipitamos a la revolución. Un desencantador textito cuyo título aludía al fracaso de la revolución húngara en 1918. La memoria juega malas pasadas, extrañamente el título del texto que mayor impresión provocó en mí lo olvidé. Era bella metáfora del mar como una carta indescifrable. Quizás esa es la más legítima justificación de escribir un prólogo para un libro que perdí. Recordar apenas la huella y no la sandalia. Como soñar con el sabor de ese helado que se te cayó una tarde. O acaso, como si Dios el día del Apocalipsis dijera "Fiat Lux"




A mi amigo Cache

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