miércoles, 1 de diciembre de 2010
Posible crónica de un partido de semifinales en el Fello Meza
Era como una sustancia ominosa" diría Eduardo mientras se echaba un trago de birra. En efecto una niebla espesa empezó vertirse y a impregnar la realidad del Fello Meza con unas diminutas gotas de algo (¿agua?), casi imperceptible, pocos minutos antes de que Franco Basso desacertara en ese despeje fatal. Era el minuto 91, el partido estaba 1 por 1 y Marco Ureña se descolgó por la derecha, avanzó y remató a marco. Si bien el portero Torres logró rechazar el disparo, la sustancia ominosa que Eduardo refería, dispuso que Allen Guevara estuviera en el lugar preciso para aprovechar el rebote e imponer el 2 por 1. Todo el mundo en el Fello Meza sentía que algo se arrugaba a esa hora turbia, pues ese marcador daba al traste con toda esperanza por llegar a la final. Un escarnio más, como uno de esos repulsivos bollos de pan musmani que se queman a la puerta del horno en las mañanas de domingo. Luego la misma peregrinación de cadáveres azul y blanco que saldría del estadio pensando dónde putas podría estar el origen de esa mala suerte. La mayoría deseaba encontrarla en algún punto entre La Taberna Cartaginesa y el bar El Estadio, sin embargo, otros, más propensos a la virulencia, acariciaban la idea de desenfundar su rabia y cobrar venganza con los símbolos añosos de la ciudad. Eduardo insistiría en que quizás no era del todo descabellada la idea de entrar a profanar el sagrario de la Basílica de la Virgen de los Ángeles. Total, añadiría luego, todas las sospechas apuntan a La Negrita. Por eso, cuando el primer hincha irrumpió en el templo, Eduardo no comprendía a las señoras principales de Cartago que sentían que algo muy hondo se les moría. Hubo halgazara, desmanes, atropellos y linchamientos públicos. Una turba integrada por cartuligans frenéticos miccionó en el pulpito de la Basílica y vertió menesterosos fluidos en los calices. Otros aficionados más impúdicos practicaron abluciones en la pilita, algunos escupieron sobre la piedra del hallazgo y la mayoría arremetió ferozmente contra la imagen de la Virgen de los Ángeles. Los habitantes fueron embargados por una consternación que no admitía concesiones a las consideraciones de Elias Canetti sobre el poder y las masas. Quiso el azar que, en esa noche acosada de herejías, un grupo de asiduas rezadoras estuviera dentro del sacro templo honrando esos rumores relativos a la devoción de los cartagineses (en el grupo figuraban distinguidas señoras como Deyanira Cruz, Cecilia Araya de Martínez, Maritza Hernández, Marta Mora, Ercilia Chávez de Coto, entre otras). Los alzados no esperaron con su hambre de venganza y sin otra distinción tomaron preso al grupo de viejas beatas que murmuraba letanías junto al cura parroco. El tristemente célebre Caca ´e Gato fue el primero en invocar la memoria del ballet azul justo antes de lanzar el toque de a degüello contra el Padre Eddie. Macho Huevos, a la mejor guisa de los acólitos de Leon III El Isaurio, destruyó las hornacinas donde reposaban santos tan variados como ignotos. En el lugar donde yacían los restos de Monseñor Sanabria se erigió un busto de José Rafael Fello Meza y los alzados, presos de un furor satánico, requirieron la presencia de Leonel Hernández como una única condición para liberar a las rehenes. Es preciso considerar que las atracciones turísticas de Cartago no son muchas: se reducen a dos. La primera, algo más al norte del lindero colonial de la ciudad, la constituye el bar Royal (o simplemente Tencha), un putero legendario donde casi todos los hombres heterosexuales (e incluso algunos maricones) de Cartago se han iniciado en las faenas amatorias. La segunda, la Basílica de La Virgen de los Ángeles. De lo anterior se puede colegir que la toma del recinto sagrado por una horda de fanáticos desesperados tendría un efecto relevante, por no decir apabullante, en la prensa. No obstante, el celoso atisbo de un rancio cacique politiquero impidió que el resto del mundo conociera el clamor de aquellos aficionados frustrados que asesinaron curas y ultrajaron ancianas rezadoras únicamente porque su equipo perdió la posibilidad de ser campeón por septuagésima ocasión. Luis Gerardo Villanueva interpuso sus poderosos oficios para que ningún medio de comunicación divulgara la pavorosa realidad de tan herético episodio. Es más, fue el mismo Villanueva quien condujo a Leonel Hernández a parlamentar con los sublevados y quien ofreció una millonaria indemnización a las familias de las víctimas. De ese modo, no trascendieron los verdaderos alcances del lamentable hecho y éstos no pasaron de ser una expresión más de la folclórica idiosincrasia cartaginesa. Aduciendo una remodelación repentina y, por demás, injustificada, las autoridades eclesiásticas resolvieron cerrar el sagrado templo mientras se llevaba a cabo las obras de limpieza y reconstrucción. Solo algunos curiosos trazaron injurias en las esquinas y se figuraron oscuras conexiones entre la rebelión iconoclasta de los cartuligans y el presunto robo de la virgen de Los Ángeles 60 años atrás. Sin embargo, todo ello se quedó en los ámbitos de la mitología moderna y el devaneo sinárquico. La semana siguiente se celebraron elecciones de alcalde y el candidato de Villanueva salió venturoso. La final de fútbol nacional se celebró con bueno susceso para la Liga Deportiva Alajuelense y Eduardo siguió pensando que todo fue obra de esa sustancia ominosa que en las graderías la gente llamaba simplemente neblina.
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