"Si te portás bien te doy permiso para que imaginés un oso y una maestría del INCAE" Todas las mañanas su mamá le repitió esa frase mientras la peinaba con unas trenzas muy firmes y muy largas.Si bien la madre nunca fue particularmente celosa en la entonación de tan estimulante proposición no se puede negar que puso el mayor de los empeños en desearlo y mascullarlo durante todo el tiempo que demoró la hija en graduarse de comercio exterior en la ULatina. Huelga añadir que, en efecto, la hija cumplió con la condición impuesta amorosamente por la madre y al graduarse pudo imaginar un oso, una maestría del INCAE y hasta un gerente de trasnacional con afición por los embutidos y los apellidos extranjeros que la abandonó por una beca a la Universidad de Notre Dame.
Con frecuencia se le vio vagar melancólicamente por los pasillos del supermercado, prestando atención a los precios de las carnes maduradas, en esos días dulces en los que unos hombres diminutos y senisbles acostumbran coordinar exhibiciones de bonsais. Nos conocimos una mañana de martes durante una conferencia organizada por el Ministerio de Comercio Exterior. Básteme agregar que, a día de hoy, no puedo precisar si sus pechos eran benevolencias de la silicona o no. Durante la dichosa conferencia unos señores muy lánguidos y graves ponderaron los alcances de las rondas de negociación de la unión aduanera centroamericana y celebraron la estrategia de facilitación del comercio impulsada por la señora ministra. Ella prestaba atención en todo momento y tomaba nota de todas las cifras. La titular de Comercio Exterior fue la encargada de inaugurar el acto solemne. Debo confesar que de no ser por la parquedad de los rasgos físicos de la ministra, estaría en condiciones de creer cualquiera de su consideraciones sobre reducción de la pobreza y encadenamientos productivos. En palabras suyas, dentro de poco Centroamérica será una suerte de comunidad supranacional muy semejante a la Unión Europea en la que habrá libre tránsito de mercancías, personas y capitales y donde no existirá justificación para la mendicidad. Eso dice la ministra. Pero lo cierto es que la facilitación del comercio, en esta parte del mundo, tan solo ha provocado una eclosión de dementes seudo emprendedores que se mueren de optimismo y que consideran viable la exportación de empanadas de cusuco a Singapur.
Debo a la conjunción de un lápicero sin tinta y una libreta sin hojas blancas el favor de intercambiar algunas palabras con ella. Era gentil, sin duda. Tenía esa amabilidad artifical que suelen tener las personas que te desean buen día en el ascensor y que toman tales prerrogativas por modestas concesiones dispensandas al mundo. Mientras le ofrecía una de mis tarjetas de presentación le hablé de la necesidad de llevar a cabo una reforma fiscal en la región sin alterar la estabilidad macroeconómica. En realidad yo no entendía qué quería decir tal cosa pero a las muchachas como ella le fascinan los hombres que hablan de macroeconomía. Por fortuna, recién había ojeado un titular de El Financiero, sitio de donde tomé inmisericordemente la frasesita cajonera de la reforma fiscal. Ella coincidió conmigo y enseguida me dio una de sus tarjetas.
Yo estaba convencido de que esa muchacha que trabajaba en PROCOMER, todas las tardes conduciría su renault con la misma tristeza de quien mira un mar del color de una ballena muerta. Le dije que mi placa vehicular los martes tenía restricción de ingreso a San José y que por eso debía tomar un taxi hasta la Región Autónoma de Escazú. Por su puesto que ella ignoraba que todos los días me veo en la necesidad de tomar el autobus en las inmediaciones de la Antigua Coca Cola a fin de llegar al brete. Mentir es una forma elegante de triunfar sobre la realidad, pensé. Más o menos así fue como ella me condujo hasta Multiplaza. Durante el viaje dije un par de cosas tontas para hacerla sonreir. Luego le hablé acerca de la empresa de taxis que ofrece un servicio, presuntamente, 5 estrellas en el sector oeste. "Es un típico factor inflacionario", le dije, convencido de que estaba abrumándola con mi falsa erudición de macroeconomía. Luego agregué: "Estos taxis se cuelgan de la teoría de los clusters para cobrar sumas excesivas mientras ofrecen un servicio semejante al que ofrecen los taxis pirata del Mall San Pedro; con la salvedad, de que los taxistas cinco estrellas son más propensos a alterar la maría". Ambos reímos al constatar que sería perfectamente posible escribir una tesis sobre la teoría Porter-INCAE aplicada a los taxis piratas. No obstante, yo ignoraba que Forest Colburn y Arturo Cruz ya habían emprendido una tarea semajante.
Mi tarjeta de presentación, dudosamente, me acreditaba como "representante comercial" de REYMCK, una empresa trasnacional que importaba motores desde Estados Unidos a toda Centroamérica. Confieso que en otras oportunidades me he presentado como asistente de gerencia, ejecutivo de ventas de real state, facilitador de negocios, asesor del Banco Mundial y un sinfin más de categorías propias de la jerga neoliberal. Me bajé de su renault justo frente al edificio Terrazas de Plaza Roble, excusándome por no invitarla a almorzar, so pretexto de una videoconferencia de suma importancia. Le prometí llamarla para salir a cenar alguna noche, quizás a un restuarante de comida mongola. Mientras esperaba fumando en el parqueo de Plaza Roble me prometí a mí mismo que la próxima vez que la viera le mostraría mi excelente pronunciación en inglés, resultado de 6 años de trabajar para un gringo de Nebraska que rentaba áreas de camping en Montezuma. Tan pronto como me cercioré de que estaba fuera de su vista, me encaminé al McDonald´s de Multiplaza. Me sentía seguro y apto para empezar a extrañarla mientras comía un Big Mac.
Nunca más la volví a ver, pero a veces, cuando voy en el bus, trato de pensar en la textura de los osos que ella quería imaginar de niña. Además, cuando leo las noticias de economía, la imagino en su cubículo del edificio macilento de COMEX, al lado de ese compañero suyo que constituye un ejemplo cabal de movilidad social en Puriscal. Otras veces, cuando oigo a los economistas hablar de guerras de divisas, me la figuro triste y linda, llorando por un oso y otra maestría del INCAE, lamentándose de que aún no es capaz de fabricar historias para contarle a sus sobrinos ni de encontrar un hombre que le haga macarrones con natilla después de hacerle el amor.
Con frecuencia se le vio vagar melancólicamente por los pasillos del supermercado, prestando atención a los precios de las carnes maduradas, en esos días dulces en los que unos hombres diminutos y senisbles acostumbran coordinar exhibiciones de bonsais. Nos conocimos una mañana de martes durante una conferencia organizada por el Ministerio de Comercio Exterior. Básteme agregar que, a día de hoy, no puedo precisar si sus pechos eran benevolencias de la silicona o no. Durante la dichosa conferencia unos señores muy lánguidos y graves ponderaron los alcances de las rondas de negociación de la unión aduanera centroamericana y celebraron la estrategia de facilitación del comercio impulsada por la señora ministra. Ella prestaba atención en todo momento y tomaba nota de todas las cifras. La titular de Comercio Exterior fue la encargada de inaugurar el acto solemne. Debo confesar que de no ser por la parquedad de los rasgos físicos de la ministra, estaría en condiciones de creer cualquiera de su consideraciones sobre reducción de la pobreza y encadenamientos productivos. En palabras suyas, dentro de poco Centroamérica será una suerte de comunidad supranacional muy semejante a la Unión Europea en la que habrá libre tránsito de mercancías, personas y capitales y donde no existirá justificación para la mendicidad. Eso dice la ministra. Pero lo cierto es que la facilitación del comercio, en esta parte del mundo, tan solo ha provocado una eclosión de dementes seudo emprendedores que se mueren de optimismo y que consideran viable la exportación de empanadas de cusuco a Singapur.
Debo a la conjunción de un lápicero sin tinta y una libreta sin hojas blancas el favor de intercambiar algunas palabras con ella. Era gentil, sin duda. Tenía esa amabilidad artifical que suelen tener las personas que te desean buen día en el ascensor y que toman tales prerrogativas por modestas concesiones dispensandas al mundo. Mientras le ofrecía una de mis tarjetas de presentación le hablé de la necesidad de llevar a cabo una reforma fiscal en la región sin alterar la estabilidad macroeconómica. En realidad yo no entendía qué quería decir tal cosa pero a las muchachas como ella le fascinan los hombres que hablan de macroeconomía. Por fortuna, recién había ojeado un titular de El Financiero, sitio de donde tomé inmisericordemente la frasesita cajonera de la reforma fiscal. Ella coincidió conmigo y enseguida me dio una de sus tarjetas.
Yo estaba convencido de que esa muchacha que trabajaba en PROCOMER, todas las tardes conduciría su renault con la misma tristeza de quien mira un mar del color de una ballena muerta. Le dije que mi placa vehicular los martes tenía restricción de ingreso a San José y que por eso debía tomar un taxi hasta la Región Autónoma de Escazú. Por su puesto que ella ignoraba que todos los días me veo en la necesidad de tomar el autobus en las inmediaciones de la Antigua Coca Cola a fin de llegar al brete. Mentir es una forma elegante de triunfar sobre la realidad, pensé. Más o menos así fue como ella me condujo hasta Multiplaza. Durante el viaje dije un par de cosas tontas para hacerla sonreir. Luego le hablé acerca de la empresa de taxis que ofrece un servicio, presuntamente, 5 estrellas en el sector oeste. "Es un típico factor inflacionario", le dije, convencido de que estaba abrumándola con mi falsa erudición de macroeconomía. Luego agregué: "Estos taxis se cuelgan de la teoría de los clusters para cobrar sumas excesivas mientras ofrecen un servicio semejante al que ofrecen los taxis pirata del Mall San Pedro; con la salvedad, de que los taxistas cinco estrellas son más propensos a alterar la maría". Ambos reímos al constatar que sería perfectamente posible escribir una tesis sobre la teoría Porter-INCAE aplicada a los taxis piratas. No obstante, yo ignoraba que Forest Colburn y Arturo Cruz ya habían emprendido una tarea semajante.
Mi tarjeta de presentación, dudosamente, me acreditaba como "representante comercial" de REYMCK, una empresa trasnacional que importaba motores desde Estados Unidos a toda Centroamérica. Confieso que en otras oportunidades me he presentado como asistente de gerencia, ejecutivo de ventas de real state, facilitador de negocios, asesor del Banco Mundial y un sinfin más de categorías propias de la jerga neoliberal. Me bajé de su renault justo frente al edificio Terrazas de Plaza Roble, excusándome por no invitarla a almorzar, so pretexto de una videoconferencia de suma importancia. Le prometí llamarla para salir a cenar alguna noche, quizás a un restuarante de comida mongola. Mientras esperaba fumando en el parqueo de Plaza Roble me prometí a mí mismo que la próxima vez que la viera le mostraría mi excelente pronunciación en inglés, resultado de 6 años de trabajar para un gringo de Nebraska que rentaba áreas de camping en Montezuma. Tan pronto como me cercioré de que estaba fuera de su vista, me encaminé al McDonald´s de Multiplaza. Me sentía seguro y apto para empezar a extrañarla mientras comía un Big Mac.
Nunca más la volví a ver, pero a veces, cuando voy en el bus, trato de pensar en la textura de los osos que ella quería imaginar de niña. Además, cuando leo las noticias de economía, la imagino en su cubículo del edificio macilento de COMEX, al lado de ese compañero suyo que constituye un ejemplo cabal de movilidad social en Puriscal. Otras veces, cuando oigo a los economistas hablar de guerras de divisas, me la figuro triste y linda, llorando por un oso y otra maestría del INCAE, lamentándose de que aún no es capaz de fabricar historias para contarle a sus sobrinos ni de encontrar un hombre que le haga macarrones con natilla después de hacerle el amor.