Diario de un Killer sentimental y Yacaré, del escritor Chileno Luis Sepúlveda (1949), son dos novelitas cortas de esas para leerse en el bus –juntas suman apenas 130 páginas. Dos novelitas en clave policiaca, sabrosas y dinámicas, con todos los ingredientes y la imaginería propias del género. Diálogos mordaces y ácidos. Personajes locuaces y molestos, llenos de opiniones y de últimas palabras –usualmente taxistas o algún asistente de policía-. Mujeres hermosas e inteligentes, con ese poder misterioso de la “femme fatal” que es el que a su vez las hace vulnerables. Hombres escépticos y prácticos con un extraño sentido del deber que, sin embargo, son cultivadores del mal agüero y se complican la existencia por motivos que les son confusos y a sabiendas de que esas concesiones les van a ser cobradas. Es decir, tipos que desconfían hasta de su sombra pero es a la única a la que acuden por consejo.
El Diario de un Killer cuenta las vicisitudes de un asesino a sueldo mientras intenta cumplir con un encargo, por lo demás escurridizo. Este Killer ha cometido una falta grave: se ha enamorado, se ha puesto un piso, un hogar al cual volver; y ya sabemos que “asesino que se respeta…” Therefore –como dicen en inglés- las rígidas normas que deben seguir los de este gremio, si es que quieren cobrar su cheque y seguir en el negocio sin problemas, empiezan a flexibilizarse, a matizarse hasta que nuestro Killer se halla en un cruce de caminos en el que los de su especie que se precian no deberían hallarse nunca.
En Yacaré, Dany Contreras es un ex policía devenido en investigador de Seguros Helvética, con casa en Zúrich, al que se le encomienda viajar a Milán a investigar si la muerte de uno de sus clientes, Vittorio Brunni, es sujeta al cobro de un seguro de vida millonario, cuyo único beneficiario responde a un enigmático nombre, Manaí, y habita en el lejanísimo Matto Grosso, El pantanal brasileño.
El común denominador de las novelas es que transcurren en un mundo globalizado, transnacional. Un mundo en el que a simple vista da lo mismo Estambul que París; lo mismo Milán que México:
“En todas las capitales hay un hotel Sheraton y todos son iguales. Los recepcionistas parecen clonados de un prototipo universal y siempre preguntan lo mismo:-¿El señor tiene reserva-”Diario de un Killer, pag 33
Es un mundo en el que las fuerzas que lo hacen girar se encuentran más allá del bien y del mal. Sin malos ni buenos, lo que hay son intereses en pugna. En Diario de un Killer son la DEA, los cárteles universales del narcotráfico y las siempre bien reputadas ONG’s. En Yacaré es la transnacional “Marroquinerías Brunni”, cuyos representantes, dentro de la lógica del capitalismo corporativo, no entienden los reparos que puedan tener para con ellos las leyes nacionales o la sociedad civil:
“No pretendíamos liquidar a todos los indios, pero Italia, Europa entera, está llena de degenerados que quieren arruinarnos. ¡Han llegado hasta el Parlamento! Son unos desalmados que arrojan pintura sobre mujeres que visten pieles. Un intelectualillo escribió un artículo denunciándonos por exterminar a los indios, pero ningún desgraciado menciona que producimos riqueza, que generamos miles de puestos de trabajo.” Pag 117.
Los pequeños mundos, las aparentes minorías, parecieran estar condenadas a la extinción de sus formas de estar en ese otro gran mundo “simplificado”. Los espaldas mojadas, la desaparición de la cultura Anaré, son solo daños colaterales para los dioses siempre anónimos de ese orden. Los personajes del Killer y de Yacaré no cambian, el nudo (o nudito) de las novelas, como es lo propio en este género, se desenreda al final, pero tras el desenlace, el mundo sigue siendo gris, la misma mierda amasándose y reamasándose al ritmo de la inercia de la impotencia y el desamparo. Por suerte, nada que ver con este prometedor siglo XXI.
5 comentarios:
Y ese final del Diario de un killer... Se parece tanto al tango de Edmundo Rivero que decía: "Y luego besuqueándole la frente con gran tranquilidad, amablemente, le fajó 34 puñaladas"
Yo no leí el combo que se menciona. A Sepúlveda le leí otros textitos con nombres igualmente clichés. A sus novelas les siento una especie de cosmopolitismo tercermundista (o latinoamericano, específicamente) que me hace cosquillas.
Jenaro:Qué violencia!
Regueyra: No entendí lo de "cosmopolitismo tercermundista", digo si tal cosa existe, entonces hay un "cosmopolitismo primermundista" y ahí como que me enredo más.
En todo caso siempre es bueno ver tus comments por acá.
Lo explico: el de Sepúlveda es un cosmopolitismo más piso'e tierra o piso de asfalto, rural o callejero, pero está lleno de paisajes que no son los que ofrecen las agencias de viajes. Y eso me gusta mucho.
El cosmopolitismo de primer mundo sería el que no salió de los Sheraton. Pongamos, un cosmopolitismo de cancilleres.
La verdad me encanta tu blog, vos siempre publicas cosas con sentido y muy entretenidas por cierto. Sigue compartiendo este material de calidad.
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