domingo, 23 de agosto de 2009
Algunas semblanzas
1.
Aún había World Trade Center y quizás por eso también había algo de ciudad gótica. No era precisamente la sombra de batman ni un rescoldo nominal de Washington Irving. Acaso la pesadilla de Jimmy Herf en Manhattan Transfer (como dijo Mike Davis) y un gigantesco rascacielos que se te viene encima con todo y nubes. Los andamios y esa ciudad en la que los carteristas y los yonquis y los puertorriqueños salseros sustituyen las constelaciones de los marineros por un inmenso coctel de rótulos y fachadas anónimas. Los 90 fue la década del miedo y a muchos de los casi jóvenes de 30 nos tocó crecer en tal encrucijada de perversiones. Ahí estaba Giuliani en un piso número veintipico … “El búnker era el emblema de una administración que había cerrado inconstitucionalmente el City Hall Park [Parque del Ayuntamiento] a todo lo que no fueran espectáculos públicos autorizados por la alcaldía, la misma que había bloqueado varios puentes para acabar con una protesta de taxistas, que había colocado barreras en los pasos de peatones del centro de la ciudad para regular el tránsito de peatones y que, la noche más fría del año, había sacado a los sin techo a empujones de las camas guarecidas para hacer que se cumplieran las viejas órdenes de la magistratura contra las infracciones de la prohibición de llevar latas de cerveza abiertas en público” Ese era Giuliani en palabras de Wayne Barret. No estaría de más añadir que, por aquel entonces, un visionario ingeniero de palmares cursaba el Programa para Alcaldes de América Latina y El Caribe de la Universidad de Harvard. La Manhattan que había hecho estremecer a Lorca estaba convertida en una disneylandia conceptual. Era un experimento. El capital se estaba reconfigurando luego de ese vacío, digamos, primordial. Según Mike Davis “los medios de comunicación consideraban la intimidación fascista hacia los limpiadores de parabrisas, los mendigos, taxistas, vendedores callejeros y destinatarios de la asistencia social como el pequeño precio que había que pagar por los triunfos de haberse traído Disney (el imprimátur máximo de la seguridad tipo urbanización) a Times Square y haber vuelto a atraer el turismo a Nueva York”. Los estremecimientos son como eso que nos queda luego de que un tren se va. Si duda, fue también estremecedor y conmovedor el espectáculo que presenciaba Lorca en el año 29 cuando de las ventanas de los rascacielos caían burgueses suicidas llenos de anillos. Pero el robusto ingeniero de provincia también halló conmovedor el programa de Harvard. Y, quizás, por esa razón tenía la certeza de que la pequeña suiza centroamericana le reservaba el destino de su dichosa capital. La vanidad y las emociones son, muchas veces, más escrupulosas que los currículos académicos y las influencias políticas. Mucho menos estúpido que su hermano, y mucho más afín a la praxis política que a la verborrea new age, así fue como Johnny Araya hizo su carrera en el ejecutivo municipal. Y luego quedaría enquistado en la alcaldía a despecho de traiciones políticas. Pero Johnny Araya es de un ala distinta a los Arias. Los cismáticos mediados de los ochenta impusieron una grieta para que derrochara votos en los topes de palmares. Muy a pesar suyo la suerte estaba echada por las cámaras que le apostaron a Laurita Chinchilla. Y el aire se ponía enaguas y las marionetas bailaban.
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