lunes, 30 de marzo de 2009
jueves, 26 de marzo de 2009
El escritor frustrado y el salero o Ficción Porteña Rebuscada
miércoles, 25 de marzo de 2009
De la inseguridad
miércoles, 18 de marzo de 2009
Prólogo a un libro perdido (a prósito de Endre Ady)
A mi amigo Cache
sábado, 14 de marzo de 2009
miércoles, 11 de marzo de 2009
Foto sepia
Está cursi, como eramos hace 9 u 8 años
“y ¿cómo huir cuando no quedan islas para naufragar?”
Joaquín Sabina
A nosotros nos gustan los bares con la luz baja y la música a temperatura ambiente, la cerveza fría, el vino tibio. En las mesas y de noche recibimos los días, las semanas y los meses, así el tiempo pasa cacheteándonos a ratos, sobándonos las cabezas la mayoría y no somos felices, pero casi.
Nos reunimos porque reunidos estamos más a gusto, la soledad se posterga, se cuelga como un abrigo en el respaldo de la silla, la compañía emula y supera el milagro de los panes y los peces, las actas y la comunión se escriben en servilletas de papel asegurando la fácil destrucción del documento y nada nunca es oficial.
Exhumamos recuerdos y los exponemos en la mesa para el regocijo y tragicomedia de los demás, nos enviamos cartas y tratados de una silla a otra, las novias quieren a sus novios y a los que se les parecen y los novios hacen lo propio, todo es tan sensual y cierto porque claro, procuramos creernos todo lo que decimos (al fin y al cabo sabemos que en los principios de siglo todo es mentira).
El porvenir es un puerto perdido, un mapa falso, un horizonte en el horizonte, época que no le compete a los mortales ni a sus descendientes. Por eso nosotros invertimos en minutos sin futuro que duran tan poco y saben tan rico, por eso preguntamos preguntas sin respuesta, le pedimos peras al olmo y fuego a la madrugada, por eso los lacrimales son un lujo y el tabaco nos alcanza para reafirmarnos, con un pie en el suelo y el otro en distintas comarcas, en la burbuja de ozono y sus caravanas de luto por un muerto que insisten en resucitar.
A los veintitantos (sin un pelo de tonto y un par de canas) cuando morirse es un decir, el tiempo tiene tiempo para dar y San Pedro a cambio de unos billetes nos alquila las llaves de un paraíso lisiado y artificial, al que los dioses bajan anónimos y discretos a beber de las manos de las meseras y donde los ídolos y las estatuas (pobrecitos), que no pueden espantarse las moscas ni las palomas, son los eternamente condenados.
Los amigos, entrañables hijos de puta (decía el último de los Buendía), herederos de todas las luciérnagas y algún que otro duelito. La neblina se posa en la cúpula de la iglesia. Las calles se alargan al infinito succionando las luces de los autos. Los taxis emigran hacia todos los puntos cardinales. Los semáforos con tres ojeras nos guiñan su terna de ojos. Las hospitalarias piernas de Pamela, piernas de mujer y, el ombligo de algún extraño mundo tatuándose, sin disimulo, en mi barriguita.
¿Fuego?