Existe una consideración de tinte fascista solipsista no exenta de interés, al menos desde la perspectiva de su inmenso caudal imaginativo. Se refiere, pues, a las causas de la transformación vertiginosa de los patrones climáticos, o más bien, a las causas de la transformación en las determinaciones de la percepción del clima. Una vez que la eglógica placidez de la Región Autónoma de Escazú (RAE) dio paso a un absoluto descalabro urbano-territorial, y una vez que la brisa fresca de las montañas de San Antonio se embulló de un nauseabundo y soporoso vapor, entonces sí que empezó a importar el asunto del calentamiento global. Claro está, la historia no es nueva. El ya conocido fenómeno del reciclaje debe su origen, en parte, a la visceral molestia de los burgueses que veían sus playas de veraneo inundadas de embases desechables. Pero en la RAE poco importan esas cosas. Es absolutamente plausible que un peatón sea asesinado de manera impune por un yanqui frenético que conduce su camioneta (máxime cuando los únicos puentes peatonales son erigidos para los empleados de hipermás). Tan sólo porque el semáforo de perimercados se hace de oídos sordos ante los disuasivos vítores de un claxon y porque las calles de la RAE siguen siendo trillos de carreta con maquillaje de asfalto. Y sucede luego que los altos condominios son diminutas burbujas de confort en un sitio que no ofrece las condiciones básicas para ejercer plenamente la ciudadanía de un jubilado o un yuppie. Aún a pesar de que exista Tony Roma´s para los más parcos y el cine de Lindora para los espíritus más sensibles. La existencia al medio día, en opinión de estos hiperbóreos, requiere a lo sumo de las prerrogativas del aire acondicionado. De otro modo es imposible. Debo confesar, por otra parte, que tengo cierta simpatía por ellos. Es más, de un modo o de otro soy uno de ellos y hasta comulgo con sus consignas. Compartimos un mismo sentimiento de odio hacia el clima caliente. Lo único que nos diferencia en tales posiciones es mi inseparable ventilador TCC Fashion Fan Deluxe, de cuyas tres velocidades sólo funciona la segunda; sin olvidar, claro está, que mis 27 años de inutilidad consumada me mantienen firme en la convicción de ser usuario de autobuses y de cai-tech. Propensos como son a los ejercicios especulativos de toda índole, estos hiperbóreos han desarrollado imaginativas interpretaciones del aumento en la temperatura promedio de la RAE o, mejor dicho, de la percepción que tenemos de la temperatura (antes de seguir quiero recordar la memorable reunión de la Asociación de Mujeres de la RAE, llevada a cabo en el 2004 en la Plaza Itscatzú, en la que se sostuvieron conversaciones sobre el peligro de la gripe aviar, al tiempo que en Cañas, Paquera o en Cachabri la gente deliraba con el dengue). En palabras de muchos de ellos, lo que ha sucedido con la RAE (y en general con el Valle Central, exceptuando Cartago) se relaciona con un proceso de managüización y antioquización del clima. Según estas consideraciones, el elevado número de inmigrantes nicaragüenses y refugiados colombianos (en especial de Antioquia) ha provocado una transformación en la percepción de la realidad climática, ya que éstos, a fuerza de habitud, son incapaces de concebir condiciones climáticas civilizadas. El mundo es una alucinación colectiva y la alucinación colectiva es la suma aritmética de todas las alucinaciones individuales. Cartago, sitio predilecto de curas, viejos y tuberculosos, es un campo de densidad poblacional bajo en el que aún es posible ver la niebla. Escazú, por el contrario, es un polo económico al que peregrinan miles de nicaragüenses y colombianos en busca de trabajo. Fuentes fidedignas señalan las reales intenciones que existen para elaborar un proyecto de incentivo a la migración escandinava, así como otro tipo de extravagancias como el establecimiento de una colonia sami (lepona, como le llaman) en el Bajo de los Anonos. Al parecer, el único obstáculo son los renos y la vocación trashumante del pueblo sami. De cualquier manera el problema está ahí y está lleno de hipotecas y de Wall Street. Según cálculos estimados por la asociación de meteorólogos de la RAE, cada vez que estos inmigrantes o refugiados pronuncian la palabra “casa”, la temperatura aumenta 0,1 grados centígrados.
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