domingo, 6 de noviembre de 2011
Costa Risa es mi país
Concédaseme un segundo para el berreo, que no por prosopopéyico convoca ineluctablemente la estulticia.
Con respecto a Costa Risa y a las respuestas algo irritadas, siempre demasiado refritas, que consideran que la publicidad del grupo ANFE se mofa de la 'institucionalidad', se me ha hecho necesario decir algunas cosas.
Me parece, ante todo, que el lugar de lo 'institucional' en el reclamo se hace de forma un tanto espontánea, por decirlo de algún modo. Realmente, el problema no es el atentado contra la "institucionalidad", que estructuras como las fuerzas del orden, el aparato judicial y el simple techo municipal no entrarían en juego ni siquiera en el más Freedmaniano de los escenarios. El problema es más bien el concepto de lo público como corazón de lo institucional. El problema, para decirlo en los términos más simples -ojalá sin llegar al cliché- es el asunto de enmarcar y administrar lo compartido.
La risa, que ha sido aplicada esencialmente en nuestra tierra como recurso para sublimar la corrupción, viene aquí a constituir una burla de los agentes de la desmantelación del Estado con respecto al ciudadano de a pie. Vamos, que la burla no es contra el Estado, ni contra la institucionalidad que al mismo arrógase por el simple hecho de evitar el caos absoluto (que no conviene a los que son menos numerosos). La burla es contra el que solía beneficiarse de las bolsas comunes, de las 'cajas mutuales', de las políticas de solidaridad. En este caso reírse, desde el fondo más sórdidamente circense, es reírse del que necesita de un Estado benefactor. Claro está, la campaña Costa Risa invita a ridiculizar, como versan las respuestas geriátricas, la institucionalidad. (Por lo demás peligroso, pues bajo el velo de una mofa a la autoridad -liberadora de alguna forma- se ensarta en realidad una mofa contra el que se ríe, el endeudado, el miembro de la fila en la clínica pública, el que no puede pagar la superbanda ancha ni el cuarto en la clínica católica). No obstante, de poco sirve atacar la campaña blandiendo el estandarte de una 'pro-institucionalidad' a priori. Más intersante sería ver que bajo esa veleidosa imagen del Estado de derecho donde cada uno hace lo que da la gana, lo que hay es más bien una gran celebración. Las risas bajan desde la más alta torre de marfil y pregonan la anarquía del más pudiente. Así, chotean, haciendo uso de la pequeñez, a lo que presentan como un esfuerzo ridículo, una empresa inútil y risible por refinanciar "lo compartido" en medio de una corriente que corroe las bases de todo el edificio público. Valga el último berrido para afirmar que Costa Risa no critica nada; lo que hace es más bien celebrar un orden nuevo que comenzamos ya a sentir como cosa acabada.
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2 comentarios:
bueno, no hay que perder de vista que la utopía burguesa, en su sentido más radical (y acaso hegeliano), es casualmente un mundo sin políticos ni burócratas...
@Jenaro:
La utopía "burguesa" me parece más coherente con un Estado que sirva al orden del "buen burgués" (para retrotraer a Hegel). Vaya, hasta en Adam Smith hay policía, ¡y pública!
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