El insomnio de Bolívar, cuatro consideraciones intempestivas sobre América Latina.
De Jorge Volpi
“¿Y si América Latina ya no existe? ¿Y si de pronto descubriéramos que, en vez de un rutinario examen de salud, América Latina requeriría de una autopsia? ¿Y si América Latina sólo fuese un cadáver insepulto?”
Estas preguntas, provocadoras y sugerentes, son más bien afirmaciones en este libro de Jorge Volpi que pretende ser una especie de revisión salteada y anecdótica de los doscientos –sobre todo los últimos cien- años de los territorios y las poblaciones americanas que se encuentran, grosso modo, al sur del río Bravo.
“Los signos de descomposición –dice Volpi- se acumulan, alarmantes: todo aquello que alguna vez caracterizó a la región, que la hizo homogénea y reconocible, se esfuma de forma irreparable.”
En primera instancia y sin dramatismos, uno puede estar de acuerdo con estas afirmaciones; aún más, uno puede celebrar modestamente –como lo hace él al referirse a las nuevas condiciones de la literatura en la región- dicha situación.
El problema es que Volpi nos da diez con hueco, porque dentro de sus reflexiones, “todo aquello que alguna vez caracterizó a la región” se reduce y se corresponde directa y UNICAMENTE con la o las imágenes caricaturescas y estereotipadas que se construyeron, con mayor o menor rédito, de la región; tanto desde fuera como desde dentro de esta.
“Antes –escribe Volpi- decías América Latina y tu interlocutor se imaginaba una escena como esta…” A continuación, Volpi se deleita en la descripción de humanoides zoomorfos que representan tanto, a militares todos poderosos, cargados de medallas y magnánimos retratos, como a sus séquitos alcohólicos y gorilizados, desmembrando a los opositores en algún reducto oscuro. Lo interesante es que ese “interlocutor” imaginario al que alude Volpi no es –se infiere- un latinoamericano, o ya, sin ser grandilocuente, un peruano o un costarricense o un mexicano. El “interlocutor” de Volpi es –seguramente- un europeo; digamos un español; o bien, un gringuito; o por qué no, un chino. En todo caso, algún ciudadano de esa gran nación que es los inversionistas extranjeros que, bien que mal, sí saben, para efectos prácticos –que en el fondo parecen ser los que le acomodan a Volpi- lo que es América latina. Si el interlocutor de Volpi fuese un vecino de estos pagos el asunto tal vez –sólo tal vez- se complejizaría demasiado y Volpi no quiere correr ese riesgo.
Los signos claves que evidencian la proclamada caducidad de América Latina son: el fin de las dictaduras y sus tránsitos –al menos formales- hacia la democracia; paralelo a esto: la obsolescencia de las guerrillas y los movimientos revolucionarios que, o se pasaron radicalmente de acera, o se institucionalizaron, o desaparecieron dentro de una nube de desencanto. La esterilidad al fin del fatum trágico de la endogamia y sus niños con colita de cerdo, es decir, el desgaste del realismo mágico. La ausencia, casi total, de intercambios culturales entre los distintos países. El creciente desinterés del resto del mundo; en especial de Estados Unidos, hacia la región.
Decía más arriba que uno puede estar francamente de acuerdo con Volpi, e incluso hacerle coro cuando dice que América Latina ya no existe, ya pasó. El inventario de, digamos, realidades objetivas del párrafo anterior, da cuenta de que esa caricatura estereotipada de América Latina es insostenible. Es decir, no podemos seguir pensando América Latina desde ese espacio imaginario que efectivamente se agotó. Sin embargo Volpi no intenta –y sin duda no por ingenuidad- en ningún momento aclarar que América Latina, ciertamente nunca fue tampoco esa caricatura discursiva, sino unos territorios y unas poblaciones infinitamente más complejos y llenos de contradicciones a la fecha irresueltas; cuando mucho, le dedica algunos párrafos a la situación de los indígenas. En vez de eso, da por cierta la caricatura al redactar su acta de defunción, sin hacer una mínima nota al pie de que ese muerto, más bien era una sombra.
“Preguntémonos entonces, otra vez, ¿qué compartimos, en exclusiva, los latinoamericanos? ¿Lo mismo de siempre: la lengua, las tradiciones católicas, el derecho romano, unas cuantas costumbres de incierto origen indígena o africano y el recelo, ahora transformado en chistes y gracejadas, hacia España y Estados Unidos? ¿Es todo? ¿Después de dos siglos de vida independiente eso es todo? ¿De verdad?”
A la no-América Latina del siglo XXI, “cada vez más difusa, más aburrida, más normal”, la caracterizan ahora, dice Volpi, los caudillos democráticos de izquierda o derecha –los Ortega, los Uribe, los Arias, los Chávez, los Correa, etc- con sus neo discursos populistas y mesiánicos. El poderío empresarial de los narcotraficantes, poblaciones indolentes que ejercen su civismo en los reality shows, y una producción literaria sin un “deber ser” en el mercado editorial para que sea valorada o bien, ignorada; y unos índices crecientes de desigualdad económica, como trapito de domingo. Parece entonces que en vez de ese aburrimiento y normalidad desafortunados que en una línea declara Volpi, tres líneas después los desdice con la fragua de un nuevo “exotiquismo”, está bien, está bien, no latinoamericano, sino mexicano, o colombiano o brasileño… latinoamericano.
Con lo descreída y pesimista que es una, tampoco es que vamos a colgar de ahora en más una pintura bajada de internet de Bolívar en el baño de la casa. Pero lo cierto es que este librito no deja de venir trucado. Los países de América Latina, se encuentran en un momento de su historia en el que, como nunca antes, tienen la posibilidad de revisar, unos más que otros, su pasado y rescribirlo si es del caso. Sin querer queriendo, Volpi parece conjurar de nuevo ese huracán apocalíptico que convirtió a Macondo en un pavoroso remolino de polvo y escombros y que borró de la faz de la tierra esa estirpe condenada a cien años de soledad, sólo que en lo que García Márquez puso, si se quiere, una moraleja esquiva; Volpi pone un llamado solapado al olvido: circule, circule, aquí no hay nada que ver. ¿El futuro? Una mierda ¿qué le vamos a hacer?
Eduardo V.
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