Ubicada en San Salvador; es decir, en una ciudad; en una capital de país; en una capital de país pobre a fines del siglo XX –o principios del XXI, si se quiere- la ciudad física de “Ciudad de Alado” es mera contingencia dentro de la narración. A sabiendas de que los espacios urbanos son los espacios “naturales” en los que habitamos y que los datos “duros” sobre cualquier ciudad con esas características están en los noticieros y en los discursos de los políticos o de los intelectuales, las ciudades que le interesan a Mauricio Orellana son las internas, las irrevocablemente subjetivas, las que se inventan, las ciudades ficticias –y no por eso menos reales- que crean sus personajes. Más específicamente Alado, quien funge como una especie de Virgilio que lleva a Manuel a experimentar las posibilidades liberadoras del infierno.
Manuel sigue a su amigo Alado en lo que parece ser una empresa urgente: “Ha llegado la hora de tomarnos el centro”. Sin entender muy bien de qué se trata pero dejándose llevar por las enigmáticas convicciones de Alado; Manuel se descubre llegando al “centro” a través de las márgenes, de los lugares y seres ex céntricos de la ciudad y sus submundos. Poetas patrocinados por prostitutas-madres, santuarios modernos donde se recrea la creación del mundo, eucaristías sin consensos y con música estridente, niños impúdicos, la repetición del sin sentido como un acto purificador, prostitutos y travestidos pobres y delirantes, niñatos envilecidos y un crisol de alteradores químicos de la conciencia son los que le sirven a Orellana para mostrarnos este universo saturado, que no es otra cosa que las formas cambiantes en las que Manuel percibe a Alado a lo largo de la novela. A sus ojos –los de Manuel- Alado nunca dejó de ser un animal extraordinario: un ángel-murciélago o un demonio destructor que creaba o un muchacho enloquecido. De estos cambios en la percepción que tiene de su amigo resulta, sin darse mucho cuenta, él mismo: Un Manuel desdoblado que vive y se mira vivir.
Esta novela tiene ya poco más de diez años de haberse escrito. En el 2000 ganó el premio de los Juegos Florales de El Salvador y recientemente, en el 2009, fue publicada en nuestro país por Uruk Editores.